No recuerdo bien, pero hace unos días leíamos los cientos de papeles que mi abuelito (por que si le decía abuelo se enojaba) dejo después de fallecer, y ya por el final encontamos lo último que escribió en su sano juicio. Muchas personas podrán hablar de remembranzas alegres y de días felices, de sus familias y de sus amigos o de todo lo que quisieron y no pudieron tener, o de los muchos sacrificios y las muchas bondades que recibieron en la vida. Pero mi abuelito no lo hizo así, el no escribió de glorias pasadas ni de tristes amores, el escribió de una de las cosas que más agrado en su vida, hizo un recuento breve pero sentimental de los caballos que tuvo, o más bien de los caballos que lo acompañaron a lo largo de su vida, tal vez tener no es el término adecuado. En un par de páginas recordó con excelente memoria los rasgos característicos de cada uno de ellos y en ese par de hojas quedarón plasmados a razon de equinos los días felices y las remebranzas de su vida.
Escribió al final algo que relamente capto mi atención, y si la memoria no traiciona como es su costumbre lo citaré de la forma mas precisa posible:
"Me cuesta trabajo terminar el día, y pronto sabré si existe el mayo eterno, o si el final es solo el comienzo de la nada."
En el ineludible camino que toda vida toma ese amable, culto y siempre sonriente abuelito mío recordó a sus caballos y los extrañó.
Hoy yo lo extraño a él y no necesito más que media página para darme cuenta de lo mucho que lo quiero y de lo amargo que es tener que dejar a alguien ir. Por que ese camino, ese camino que el vislumbó y tomó sin opción, lo tomaremos todos algún día.
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