miércoles, 8 de julio de 2009

El útlimo escalón.

Se encontraba ahí sentado, inmóvil, con la mirada perdida en el infinito, le dio un par de fumadas a su cigarrillo y dijo. “Y ahora que voy a hacer.”
José se encontraba consternado ya que hace solo un par de murió su jefe, para quien diligentemente trabajó más de 20 años.

Lo que más lo consternaba no era precisamente la muerte de su jefe, su esposa y único hijo, todo este trágico suceso en un accidente mientras viajaban, sino lo que realmente le hervía la mente era que le habían dejado a él José, el diligente, respetuoso y sumiso trabajador todo lo que tenían. No era simplemente una propiedad o algo de dinero.
“Es un imperio”, Decía José mientras se rascaba la cabeza sentado en el último escalón.

Pensaba una y otra vez, como le había sorprendido la noticia, como no lo pudo creer hasta que recordó que asistían a los ritos funerarios solo unas cuantas personas aparte de él. “Son muy pocos” se decía una y otra vez mientras ligaba esta frase al recuerdo del magnate para el que había trabajado, “¿Cómo es posible que venga tan poca persona al funeral de este señor que tenia un chorro de lana?”.

No lo decía pero, dentro de si sabía que su ahora difunto jefe era de pocos amigos muchos enemigos e inigualable discreción. Nunca, durante 10 años de trabajar para él supo a que se dedicaba exactamente. Tampoco fuera que le importara mucho ya que el sueldo era bueno y el trabajo justo, no había por que andar escuchando tras puertas cerradas para ver que sacaba uno de eso ni ninguna otra práctica de ese estilo donde suele exprimir al cien por ciento la servidumbre de una casa su salario. Sabía que se dedicaba a vender algo sumamente caro, que tenía muchos clientes, mucha competencia y mucho trabajo siempre. Al punto de dejar sola a su familia semanas enteras solo con una llamada cada tercer día cuando mucho. A la señora no parecía importarle esto, ya que también pasaba todo el día fuera de la casa e incluso había noches que no se aparecía por ahí y el único que disfrutaba la enorme mansión o bueno digamos que a veces la sufría era el pobre niño, que a sus 12 años todavía necesitaba por fuerza algún tipo de guía en la vida y ahí en las personas que trabajaban en su casa no lo encontró nunca. “Un palacio desperdiciado”. Había pensado más de una vez José acerca de la gigantesca casa de esa familia, que contando con solo tres integrantes, de los cuales dos nunca estaban, veía desperdiciada la casa de una forma tremenda ya que como dijo la cocinera alguna vez, “Yo, mis hijos, sus papás, mis papás, mis hermanos, mis abuelos, mis sobrinos, mis nietos, mis cuñadas, mis nueras, mis tías, mis tíos, mis primos y pues hasta el perro, todos cabríamos aquí con harto espacio de sobra. Pero pos no es mi casa.”

Lo primero que sucedió cuando inmediatamente después del funeral se le aproximo el abogado del señor fue totalmente inesperado. El abogado saluda mientras se alejan de la tumba del difunto, dice su nombre, su profesión y a que se dedicaba justo antes de que muriera su cliente, y lo primero que sale de la boca de José es un “Yo no fui, no se que le hayan dicho pero yo no fui, yo nunca he agarrado nada de nada y si quiere pregunte. Pero por la virgencita que yo ni fui.” El abogado sonríe y le dice. “Si no quiere problemas nos vemos pasado mañana a las doce en la casa del señor.” Le da una palmada en la espalda y se va caminando en dirección opuesta. José pensó el resto de ese día en sus acciones de diez años atrás y siendo él gente honesta de buena familia, se convenció de que nunca agarro nada que no se le hubiera regalado previamente o que fuera basura para la familia que cambiaba de ropa, muebles y aparatos como de calzones. Pero no por eso fue confiado a la cita, de hecho le dijo a su esposa que si no regresaba para las cuatro lo localizara de forma urgente, empezando la búsqueda en la casa del señor, que no se le olvidara después pasar por los ministerios públicos y los separos cercanos, después por los hospitales y las cantinas, que a veces son lo mismo, y al final por el SEMEFO, que es donde llevan a todos los muertos que encuentran en la calle. El sabía que no había pecado, pero ¿lo sabría la justicia?

Llego en punto, se asomo a la enorme reja que separaba la muy cuidada calle de la gigante mansión y quiso entrar por la puerta principal pero se dio cuenta de que habían cambiado la chapa pues su llave no abría y también se dio cuenta de que la casa parecía desierta pues no estaban los guardias de seguridad que normalmente se encuentran ahí ni el jardinero, ni el lava coches, ni una alma se veía dentro de la casa. Así que toco el timbre, espero a que el abogado que caminaba con paso lento le abriera la puerta. Gran ironía. Y entro a la casa sin saber si iba a ser MP, hospital o SEMEFO o alguna otra cosa más.

Le ofreció el abogado algo de tomar mientras se adentraban en la casa, cosa rara que el tomara ahí pero más raro aun que alguien como el abogado se lo ofreciera. Declinó amablemente y en un acto de terrible impaciencia a medio camino de tomar asiento en la sala que les quedaba gigante solo a esos dos, interrumpió el natural movimiento, se paro muy derechito y dijo: “Me diría pa´ que estamos aquí, digo, por favor.” Y notando su enorme incomodidad y nerviosismo con el asunto, el abogado lo miro condescendientemente un par de segundos que parecieron eternos y comentó después de aclararse la garganta con un trago de su vaso: “Fuera de la señora y el niño, que están enterrados junto a él, el señor nunca tuvo a alguien más, ni familia lejana, ni amigos cercanos y ningún hijo por ahí perdido u otra viuda que lo llore en secreto. Así que siguiendo con los últimos deseos del señor, expresados en su testamento, aquí estamos sentados usted y yo. El mayordomo y el abogado, vaya pero que ocurrente este wuey.” Una carcajada inundo la enorme sala y el abogado bebió un trago de su whiskey y justo cuando iba a continuar la impaciencia relució una vez más y José dijo: “A canijo, ¿Qué me dejo algo? ¿Estoy en el testamento?” El abogado volvió a mirarlo de forma condescendiente y lo invitó a sentarse con un gesto amable mientras agregaba: “Esta usted equivocado señor José, el señor no le dejo algo…” Se borraba la mirada fantasiosa de José de poder llevarse a casa alguna de las televisiones enormes que tenían ahí o el refrigerador que bien lo podía vender a una carnicería, o algún coche de los tantos que tenían. “… le dejo absolutamente todo.

El señor establece en su testamento que de faltar su esposa e hijo se le deje todo al trabajador que más años haya laborado con él. Yo quería todo esto, obviamente, pero mis escasos diez años de trabajar junto a él se vieron opacados por los de su contador que sumaban más de 17. Y siendo este sumamente avaricioso de forma inmediata hizo ver su intención de no compartir nada y quedarse todo. Es por eso que me esforcé en encontrar a alguien que tuviera más años junto al señor que el. Y fíjese, que curiosa es la vida, que por los registros de cuentas y nómina que guardaba el señor, hechos obviamente por este contador ambicioso, me llegué a percatar de que usted, señor José tiene ya 22 años trabajando para el señor cumplidos en Marzo, bueno digo, tenía.” La expresión de José se torno en una sorpresa ineludible que aún ahora, después de cuatro horas de estar sentado en el último escalón de su mansión en la colonia más cara de México no se ha podido borrar ni alterarse.

Suena su celular, no lo había notado pero tiene más de diez llamadas perdidas y un mensaje de su mujer que dice: “Viejo donde andas, si te voy a buscar al MP?”